1

Me demoro

en la sed del camino.

En sus vueltas

se hace albergue el paisaje,

serventía a los ojos,

agua ofrecida.

Como cada tres años me preparo para volver al camino. Desde la última Bajada, lo he recorrido muchas veces en el trasiego diario: de visita, de paso a alguna fiesta, como deporte o por trabajo. En coche o en bici, pero rara vez a pie. El día de la Romería es el día de ir despacio, de encontrarse con los que discurren a nuestro lado en el paso por el ansia y los quehaceres. Es el día de ir al ritmo de la voz y de la escucha, de la mirada puesta en la mirada y en los recodos del camino que nos acoge. Es el día de pararse a apreciar la luz en las fachadas enlucidas, de levantar los ojos al beber de la bota hacia el azul sobre los montes que enmarcan nuestra sed, de sentarse en los muros, de compartir alforja y charla a la sombra, de refrescarse en los chorros como en la época en que las horas se acomodaban al ritual del agua y los ciclos de lluvia. La Romería es el tiempo de demorarse en la compañía, de hacer camino y darnos cuenta.

2

Del breve paso,

suma rastros la piedra;

guarda el calor.

 

Guío mi pie sobre el viejo empedrado. Bajo mi planta, ora cantos gastados, amplias lajas pulidas, ora calzos salientes, duras lascas filudas, moledoras. En cada apoyo siento la manera de estar de cada piedra, en su firmeza un leve encogimiento, minúsculo acolcharse bajo el peso, como una especie de bienvenida, como si volviera en mis pisadas a las de los que discurrieron antes por este camino y, de alguna manera, en mis huellas revivieran las suyas.

El Paso es un pueblo de caminos. De ahí parece proceder su nombre: de Ajerjo, el paso de entrada a La Caldera, pero también de los pasos que a través de la Cumbre permitían comunicar las dos bandas de la isla. Desde los tiempos prehispánicos hemos dejado nuestra huella en la piedra: petroglifos, paredones, empedrados, eras, aljibes. Siglo tras siglo, nuestros pasos han ido superponiéndose y enlazándose a los de los que nos han precedido, dejando una especie de pátina viva en la dureza imperturbable de la piedra. Al hollar estos caminos, al contemplar las marcas dejadas por las gentes en la piedra, siento que formo parte de ellas, que mis pies, pasajeros en la inercia del tiempo, quedan en su pulida superficie. Como el amigo que descubría después de los años, al levantar el asfalto de la calle donde antiguamente había un camino real, los hoyos en la piedra que servían al juego del boliche, los huecos conocidos donde ponía los pies de regreso a casa, la hilera central, más gastada, por donde discurrían las aguas de lluvia. Aquellas piedras, devueltas a la luz después de años enterradas, le permitían recobrar parte de su memoria.

Como la niñez de mi amigo en las lajas de aquel camino, permanecemos en las piedras. Son nuestros afectos, guardan el eco de lo que fuimos. Quedamos en el camino, y aún más en éste, el de la Virgen, que cada tres años se puebla de vida para unirnos a la vida de la piedra.

 

Piedra

habitada de afectos,

lugar de la memoria,

piedra viva angular.

 

3

Tres años parece poco tiempo. Es sólo la medida del reencuentro con la imagen de la Virgen que se acerca desde el Pino a nuestras casas y con la de los amigos y familiares que vuelven desde lejos a llenarlas. Pienso en los que se han ido en estos tres años. En quienes formaban parte de nuestras vidas y de estos paisajes, que participaron en aquella Bajada y otras anteriores y ya no están. Y pienso en la alegría de la fiesta. Bajar junto a la Virgen o ir al Pino y buscar el rincón tradicional para la comida en familia, ya no es lo mismo si falta la madre, el hermano o el amigo. Esos lugares están demasiado llenos de su recuerdo y visitarlos acrecienta el vacío de su falta. Pero a la vez, esos lugares me devuelven al tiempo en que ellos estaban, revivo las palabras, los gestos, las cosas que iban con ellos y los siento aquí, en mi alegría, parte de ella. Por cuantos se nos fueron, estos días me sentiré llamado a seguir el reclamo del rasgueo de una guitarra y entonar unas coplas, como lo hice con ellos, y se me escapará una sonrisa al escuchar un tambor o al tender el mantel sobre el pinillo o al saborear un dulce de almendra. Me sentiré bien en medio de la fiesta porque ellos están ahí, en los ojos y en las voces que caldean su ausencia. En los lugares que compartimos, las veredas que trillamos, los huertos que corrimos de chicos, los espacios donde creció nuestra mirada, conservados como la primera vez en la memoria, como si toda la vida no fuera más que un camino de paso hacia la infancia, nuestro único lugar, al que siempre volvemos. Por eso, un año más, ellos irán conmigo, saldrán de Romería: sobre las piedras que habitamos, viviremos la fiesta, para que ellos sigan viviendo.

 

Prende

el vino en la mirada,

arracima las voces,

caldea la penumbra de los cuerpos.

En la tea dormida,

sobre la piedra muda,

el canto y la descarga.

 

Ricardo Hernández Bravo

Publicación dentro del programa de las Fiestas Trienales de

Bajada de Nuestra Señora del Pino 2009